Una maga

Aquel día, recuerdo que dentro de mí estaba lloviendo. Enteramente volcada hacia mi paisaje interior, gris y atormentado, no tenía el mínimo interés de comprobar si afuera brillaba el sol. Tenía que tomar un avión y el clima era la última de mis preocupaciones. Si existía el peligro de que un rayo pudiese derribarlo, a mí me tenía sin cuidado; aunque supongo que en ese caso habrían cancelado mi vuelo, algo que al final no se produjo. Acurrucada dentro de mi burbuja, mi voluntaria soledad ocupaba todo el espacio, y el eco de mis pensamientos autodestructivos sofocaba cualquier voz humana que viniera del exterior. Me encontraba en uno de los lugares más bulliciosos sobre la faz de la tierra y, aun así, mis cinco sentidos estaban desconectados de cualquier estímulo procedente de la realidad. Había recorrido el camino desde los controles hasta la puerta de embarque en piloto automático. Los rostros, los sonidos, las tiendas y bares que superé sin voltear la mirada, la secuencia de acciones que ejecuté por inercia…, todo ha sido engullido en el vórtice de mi desatención y no me quedan fragmentos por describirles.

Yo que de costumbre suelo observar minuciosamente todo lo que me rodea —pues es así que reúno el material que necesito para crear mis novelas y ganarme el pan de cada día— había renunciado deliberadamente a mi facultad de rebuscar la inspiración para mis creaciones. Un oficio que cualquier escritor cumple de manera incesante e infatigable. Tanta era mi abulia que ya ni estaba segura de querer investirme con ese título; siempre había sospechado que me quedaba demasiado ancho, como una corona maciza en la cabeza de un patético renacuajo. Por fin sentada en la sala de espera de la puerta número veintiséis, de donde saldría mi vuelo, me quedaban un poco más de dos horas que habría logrado matar sin muchas penas. Todos saben que el tiempo es acérrimo enemigo de los distraídos. Pero hay veces en que, al cerrarle las puertas a la vida, ella decide entrar por la ventana y eso fue lo que me sucedió. La vida empezó a acosarme con la apariencia de un personaje estrafalario que parecía haber salido de uno de mis libros al azar.

Abrazada a mi mochila roja, pensé que no sería necesario colocarme los audífonos, pues con la cara de pocos amigos que exhibía, no creía que alguien se atreviera a hablarme; yo definitivamente no lo habría hecho. Sin embargo, mientras estaba hundida en mi obstinado trance, se me acercó una chica regordeta que ignoró por completo el letrero “No estorbar” colgado metafóricamente a mi frente y la nube negra que no dejaba de llover encima mío. Se llamaba Ana, tenía diecinueve años, o quizás veinte, y era la primera vez que iba a coger un avión. Viajaba con una maleta de mano rosada forrada con una cinta transparente y una bolsa de yute colorinche y a punto de desbordar. Estaba muy ansiosa y me pidió que le confirmara si se encontraba en el lugar correcto. Tras mi respuesta afirmativa se sentó a mi costado, sin que yo la invitara, y, sin que yo le preguntara nada, me inundó con un río de palabras.

Al igual que una maga un poco torpe y atolondrada se hizo espacio donde no lo había; en la mesa que usó como asiento ante mi mirada sorprendida, justo al lado de mi silla y, asimismo, en la burbuja en la que me había encerrado herméticamente. Tendió una soga imaginaria hacia mi isla y se dispuso a recorrerla. Con voz acelerada y llevándose la mano a la frente perlada de sudor para separar los cabellos que formaban una telaraña sobre su piel, me contó que nunca había dejado la casa de sus padres. De pronto se le había presentado la posibilidad de irse a Europa para las vacaciones de verano y “¿cómo podía no aceptar?”, preguntó sin que quedase claro si fuera de manera retórica o si realmente esperaba una respuesta de parte mía. Ana vivía en un pueblo situado a un par de horas del aeropuerto y tuvo que cambiar tres buses para poder llegar. Sinceramente, para alguien que nunca había viajado, el hecho de que estuviese ahí, ilesa y a tiempo, tenía toda la pinta de un milagro, pero no se lo dije y más bien traté de animarla.

Le esperaba un largo viaje y la parte más difícil sería cambiar de avión durante el trasbordo en Madrid. Al explicármelo, sus ojos negros se humedecieron mientras que sus labios no dejaban de sonreír, como queriendo hacerse fuerza y mantener una actitud positiva. Me la imaginé aterrizar en Turín, dirigirse hacia la salida, ver a su tía y lanzarse a su encuentro, por fin liberándose de todas las emociones que había reprimido valientemente; llorar hasta deshidratarse. Luego, una vez más, agregó como queriendo justificarse: “¿Cómo podía negarme? Mi tía me está pagando el pasaje.” Evidentemente era una oportunidad irrepetible y tenía que aprovecharla, le decía yo. Dudo mucho que de otra manera hubiese podido juntar el monto para financiar su viaje al extranjero, y mucho menos a otro continente. Para coger los frutos más jugosos de la vida hay que estar dispuesto a herirse con sus espinas.

—Italia es fantástica, te va a encantar. ¿Cuánto tiempo te vas a quedar allá?

—Tres meses —me dijo Ana, suspirando como si fuera un tiempo infinito.

—Está muy bien. Así vas a poder visitar todo sin prisa. Es normal que los primeros días extrañes tu casa, luego ya te acostumbrarás.

—Sí, extrañaré un montón a mis hermanos porque sufro de hermanitis. Los tres somos inseparables. Antes sufría de mamitis, pero desde que mi mamá murió me dio hermanitis. Yo soy la mayor y ellos me acompañan a todos lados… —me dijo luciendo la sonrisa más espontánea que había visto y sin buscar palabras de consuelo que decidí guardar para mí. Luego desviamos la conversación hacia temas más ligeros, menos comprometedores.

—Y tú, ¿por qué estás viajando? —me preguntó la maga despistada.

—Bueno, yo…soy escritora. —La fuerza de la costumbre me hizo recurrir a esa inmerecida denominación una vez más—. Tengo que presentar mi último libro.

—Oh, entonces ya estarás acostumbrada a viajar y tomar aviones —me dijo bajando la mirada, avergonzándose por haberme mostrado su faceta ansiosa de primeriza.

—Bueno, sí… —admití —Pero al principio era tan nerviosa como tú —agregué sinceramente, tratando de disipar su sensación de ineptitud—. Ya verás que a la tercera o cuarta vez te sentirás mucho más cómoda y relajada —le dije sin pensar que probablemente esa podía ser la primera y última vez que viajara a un lugar tan lejano.

Su rostro se iluminó nuevamente y volvió a dar muestra del carácter vivaz y hablador con el que la había conocido hacía ya una media hora. Con alegría, volvió a reproducir el casete que había pausado durante unos cuantos segundos.

—¿Y qué tipo de libros escribes? —me preguntó sin parecer mínimamente impresionada.

—Novelas de dudosa calidad… —Le sonreí, disimulando mi amargura.

—Pero si te llaman desde tan lejos para presentar tu libro, debe de ser realmente bueno. O no te llamarían. No creo que te harían pagar un pasaje de avión si no estuviesen seguros de que allá hay un montón de gente que desea comprar tu novela.

—Quizás tengas razón —contesté. No me pareció oportuno precisar que era mi editorial española la que corría con los gastos del pasaje y encararle así mi posición privilegiada.

—Claro, sería muy desconsiderado de su parte —sentenció—. Oye, ¿estás segura de que en Madrid podré tomar la conexión sin problemas?

—¡Por supuesto! —exclamé con énfasis, ostentando quizás una excesiva seguridad—. Al bajar del avión tienes que buscar la pantalla con las salidas de los próximos vuelos. Buscas tu número de vuelo y te diriges a la puerta de embarque señalada. Solo sigue las indicaciones, todo está en castellano así que no puedes confundirte. Yo te acompañaría, pero Madrid es mi destino final.

—Ojalá lo logre… —masculló casi para sí misma—. Sabes, espero no tener frío. Solo estoy llevando shorts porque me han contado que las playas en Italia son hermosas —afirmó inocentemente risueña.

Si eso me lo hubiera dicho cualquier otra persona me habría reído gustosamente, convencida de que fuese una broma. En ese caso, no dudé ni un segundo de la buena fe de esas palabras desvestidas de cualquier ironía.

—Es cierto, son hermosas. Pero como están en pleno invierno no creo que podrás gozarlas demasiado. Está haciendo bastante frío —le comenté sin dejar que intuyera mi incredulidad ante esas disparatadas esperanzas—. ¿No estás llevando ningún abrigo? —le pregunté, tratando de camuflar mi preocupación.

—No, solo este suéter que tengo puesto —dijo mirándose el pecho y sin dar muestra de haber captado la gravedad que suponía encontrarse en medio del rígido invierno europeo sin la vestimenta adecuada.

—Bueno, seguro tu tía podrá prestarte la ropa que necesites. Dudo mucho de que tu suéter sea suficiente —tuve que confesarle.

De pronto una de las aeromozas ubicadas detrás del counter a nuestras espaldas, anunció la primera llamada a través del micrófono:

Su atención, por favor. Se informa a todos los pasajeros del vuelo AZ165 con dirección a Madrid que en unos minutos estaremos listos para comenzar el embarque. Recordamos que primero abordarán los pasajeros con atención preferencial, los de clase ejecutiva y los del primer grupo…

Miré mi tarjeta de embarque: —Yo soy grupo uno. Creo que tendré que ponerme en cola… —dije levemente desganada—. Ha sido un placer conocerte, Ana. Te deseo mucha suerte. Estoy segura de que todo irá bien. ¡Buen viaje! —la saludé efusivamente.

—¡Muchas gracias por tu ayuda! Espero que tú también te sientas mejor. Cuando te vi, se notaba que no deseabas compañía, pero tomé valor y te hablé. Por alguna razón sentí que ambas lo necesitábamos. Cuídate mucho —me dijo con su natural afabilidad.

No se le había escapado el grosero letrero con el que esperaba mantener apartado al resto del mundo, sino que, felizmente, había decidido omitirlo.

El avión despegó a la hora establecida sin complicaciones. Después de tiempo, sentí un familiar hormigueo cosquillándome la mano izquierda. Esperé que se apagara la señal del cinturón abrochado. Bajé mi mesita plegable, saqué mi cuaderno y mi bolígrafo de la mochila y empecé a escribir esta breve historia.

E.

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6 comentarios en “Una maga”

  1. Apreciada escritora,

    Con mucho gusto he saboreado esta historia. Compruebo una y otra vez que el título de «Escritora» lo llevas muy bien puesto. Disfruto mucho de encontrar una literatura que atrape al punto de no poder detenerse ni un segundo hasta llegar al punto final.
    Me siento muy bien al visitarte.
    Deseo de todo corazón que todo lo tuyo esté súper bien y que tu viaje verdadero haya cumplido ampliamente todos tus propósitos.
    Te mando un apretado abrazo con sincera admiración.
    Muy feliz tarde!!!

    Adrián (Hulussi_Ñe’êpoty)

  2. Estimado Adrián,
    una vez más me sonrojo leyendo tus bellos cumplidos. Volveré a leerlos una y otra vez hasta pensar que me los merezco. Poder contar con tu lectura fiel realmente me motiva mucho.
    Mi viaje ha sido inmejorable. También te deseo lo mejor hoy y en todos tus días.
    Abrazos,
    E.

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